Aceptar

Una de las palabras que siempre me ha acompañado en los últimos años de mi vida (y no es la única como se podrá comprobar) es la palabra ACEPTAR.

Recuerdo cuando era niño que se me repetía muchas veces ante situaciones de todo tipo. Y luego, con el paso del tiempo, no sólo se me repite constantemente si no que yo me convertido en un repetidor de la misma para mis hijos y personas que me rodean.

He compuesto recientemente una nueva canción dedicada precisamente a esta palabra tan usada y, por supuesto, mal interpretada. Al final de este artículo os la ofrezco.

¿Por qué digo que es una palabra un tanto difícil de entender? Porque expresa sentimientos y emociones que nos pueden parecer como contradictorios. Me explico: hay momentos en los que se nos dice que debemos aceptar la vida tal y como se nos presenta, en un intento por calmar nuestras ansias de mejorar o de salir de una situación que no nos gusta, o de injusticia o de incomodidad o de dolor y sufrimiento. Pero al mismo tiempo oímos que se nos dice que debemos luchar por superarnos, por mejorar nuestra situación, por alcanzar retos importantes que nos permitan sentir que progresamos y crecemos hacia nuevos horizontes de desarrollo personal, profesional o espiritual.

Y en ese dilema de aceptación y lucha por superarnos y mejorar nuestra condición la palabra aceptar no tiene muchos amigos que digamos. Parece como si al hablar de aceptar le pusiéramos a la persona un lastre que no le permite salir con energía hacia la conquista de mejores logros y le ata de manos y pies impidiéndole imaginar incluso cómo podría ser la vida si dejase de aceptar aquello que es como un freno para su crecimiento.

Y es aquí donde la palabra aceptar más se parece a uno de sus sinónimos que menos me gusta, que es resignarse. La resignación (será por lo de la resignación cristiana tantas veces escuchada) no es lo mío. Porque implica renuncia, abandono, aceptación pasiva en la que te quedas sin más dando por bueno aquello que sabes que no lo es. Y esto supone falta de lucha, ausencia total de motivación para encontrar salidas a una situación que se considera inaceptable a todas luces.

Está claro que en cada momento, situación, pensamiento o emoción que nos embarga nos va a surgir la pregunta de si acepto y doy por bueno lo ocurrido o lo que me está pasando o tengo opciones de cambiar y mejorar partiendo de lo que ha pasado, sea un pensamiento o un hecho concreto.

Porque hay muchas ocasiones en la vida donde las cosas que nos ocurren no las podemos cambiar. Simplemente han pasado y punto. Sí, repito. Han pasado y punto seguido, no punto final, porque el final no existe ni siquiera con la muerte física (y de eso tendríamos mucho que hablar y no es el momento ni el lugar para ello). Han pasado y es a partir de lo ocurrido, o mejor dicho de lo  pasado (porque ya es pasado y no presente) debemos empezar a pensar en el verdadero significado de la palabra aceptar o, mejor dicho, en lo que nos puede aportar la palabra “aceptar” a partir de ese preciso momento. 

Y uno de los significados de la palabra “aceptar” que más me gusta es el que dice que es “dar por bueno, aprobar, considerar que algo está bien”. Esto me ha parecido muy duro de aplicar en la vida para cosas que me han ocurrido y otras muchas que he visto a lo largo de mi vida. No quiero apenas ni señalar lo duro de aplicar la palabra “aceptar” a momentos de mi vida como han sido mis separaciones, mis quiebras económicas, la muerte de mi hermano Enric o la de mis padres. Y cuando el temor de que otras cosas tan difíciles o mayores incluso me puedan ocurrir, el pensar en acudir a este significado de la palabra “aceptar”  me causa cuanto menos desazón.

¿Cómo poder aceptar tragedias, accidentes, muertes, asesinatos, violaciones, injusticias, dolor, sufrimiento y tantas otras desgracias que inevitablemente nos acompañan día a día?

Es algo que quiero compartir con vosotr@s, porque no tengo la respuesta. Sigo siendo un buscador que quiere encontrar un poco de sabiduría con la que poder comprender (otra palabra que tanto me acompaña en mi vida) un poco mejor todo cuanto ocurre en este planeta a esta humanidad que compartimos inexorablemente.

No me resigno a aceptar lo que no me gusta, ni las injusticias, ni la corrupción, ni todas esas cosas que pasan y que deberían ser evitadas. Ni me resigno  a morir sin haber vivido, ni me resigno a ver la muerte sin sentido sin hacer nada por cambiar esa situación.

Pero he ahí que las cosas pasan sin que nada ni nadie pueda evitarlo. Simplemente pasan, suceden, ocurren. En un ir y venir inevitable donde se nos muestran, a veces hasta demasiado repetitivamente, las mismas causas por las que pasan siempre los mismos efectos. Y pese a su repetición, no hacemos nada. Esa aceptación-resiganción pasiva es la que no me gusta.

Sólo acepto la aceptación (perdón por la redundancia que es buscada) que nace del deseo de mejorar, de cambiar lo que no nos gusta después de haberlo vivido. Esa aceptación de quien después de haber sufrido lo indecible por algo que nunca quiso que pasara ha cogido fuerzas de donde apenas había para cambiar la injusticia, para mejorar la situación que provocó el daño y el sufrimiento que luego ha tenido que “aceptar”, para crecer como ser humano, para progresar en la vida y descubrir nuevos retos, nuevos horizontes que nunca pensó que podrían existir.

Esa aceptación que empuja al cambio, que motiva a la acción, a superarse, a luchar, a crecer es la que me gusta. Esa aceptación que acaba encontrando algo bueno en todo lo ocurrido, una vez el tiempo ha pasado y mira hacia atrás “dando por bueno” lo que nunca creyó que podía traer consigo la desgracia o el sufrimiento al aceptarlo con amor, no con resignación.

Os aseguro que no me resulta nada fácil aplicar esta aceptación en mi vida. Lo reconozco. Pero también tengo claro que de no esforzarme día a día por aceptar el “aceptar” de manera positiva, mi vida sería mucho más complicada, difícil y, por supuesto, más desdichada. Y me mueve la búsqueda de la felcidad y su disfrute. Así que, aprendo a aceptar cada día, pero esforzándome por cambiar lo que no me gusta, empezando como en todo por mí mismo.

Y esta es la letra de la canción:

Me dijeron “será duro”, “lo tendrás que aceptar”.

Me avisaron que tendría mucho que sacrificar.

Muchas cosas por mí amadas las vi apartarse sin más

y otras muchas que soñaba algún día conquistar.

Nunca imaginé que tanto me costaría aceptar.

Aceptar que los recuerdos son sólo recuerdos, no más,

que por más que los busquemos no volverán jamás.

Aceptar que la nostalgia se te agolpa en la garganta

y se hace hueco en el pecho sin dejarte respirar.

Aceptar que aquello bueno que pude un día disfrutar

no voy a poder tenerlo pues lo he perdido ya.

Aceptar que todo pasa, que a todo le llega su edad

y aceptar que con el tiempo todo vendrá a mudar.

Aceptar mis decisiones, aquellas que equivocadas

me obligaron a aceptar unas nuevas condiciones

a las que sin quererlo me llevó sin más mi errar.

Aceptar que he perdido, aceptar que no hay ganar

si valoras lo que ha costado la libertad conquistar.

Más todo lo doy por útil y acepto el aceptar

pues he aprendido aunque tarde que es mejor que lamentar.

Y así no lamento lo hecho ni tampoco mi errar

porque de todo he aprendido y también a aceptar.

Con gratitud