Ayer tuve una tarde increíble entre un grupo reducido de personas, algunas de las cuales me eran conocidas y otras las conocí en ese mismo momento. Lo de increíble vino por lo que me supuso de sorpresa por la reacción que tuvieron ante la interpretación que hice en directo para ellos de algunas de mis canciones.
Todo surgió por la invitación de una amiga a la inauguración de su casa. Con este motivo nos encontramos personas con el denominador común de conocer a la anfitriona, pero no de conocernos entre nosotros. Al final de la comida, una sabrosa paella como buenos valencianos, aunque éramos de nacionalidades diferentes (de Rusia, de Uzbekistán, de Francia y de España) me pidieron que cogiera mi guitarra y cantara algunos de mis temas.
A petición de mi hijo Filipp (según dice él mi fan número 1) empecé cantando la canción de la “Autoestima”. Después canté la “Oración” y poco a poco fui interpretando varias canciones de mi repertorio. Conforme cantaba y veía la reacción de los asistentes empecé a sentirme cada vez mejor, porque veía que no sólo entendían lo que cada canción quería transmitir, sino que vivían con gran intensidad sus mensajes.
Surgió el comentario de cómo es el proceso de creación de mis canciones. Les comenté que si bien suelo componer primero la letra de las mismas partiendo de una idea que quiero transmitir, de un sentimiento o de una emoción y a partir de ahí busco una melodía que exprese junto con la letra todo lo que la inspiración me dice en ese momento, no siempre lo hago así. Porque en otras ocasiones es una melodía, unas notas que se repiten en mi mente y a las que acabo por darles forma y estructura, sugiriéndome después las palabras con las que acabo por dar forma a la canción.
A partir de ahí una persona del grupo comentó unas declaraciones de Alejandro Sanz por las que explicaba que las canciones, una vez se entregan al público, ya no son el patrimonio exclusivo del autor, porque las personas las hacen suyas en el sentido de que al compartir lo que el autor expresa, cada uno pone de su propia cosecha “algo” que la convierte en suya propia.
Y es verdad, porque así lo he sentido siempre. Creo que los compositores que cantamos nuestras propias canciones cuando las compartimos con los demás se convierten en canciones de la humanidad. Yo me siento en este sentido como un mero canalizador de una energía que se expresa a través mío y que permite que con el vehículo de la palabra y la música tomen cuerpo y fuerza aquellas ideas que cuando salen de mí ya no son mías, sino que son mi regalo a los demás. Un regalo que doy sintiendo que voy a recibir a cambio mucho más.
Y eso fue lo que me pasó cuando cantaba mis canciones entre amigos. Ellos me alabaron y me felicitaron por el regalo que les ofrecía con mi voz y mis canciones. Pero ellos me dieron mucho más, porque sentí que lo que les ofrecía era valorado, apreciado, querido y porque conectaba con su alma de la misma forma que había conectado yo con la energía que me inspiraba en su momento haciendo que materializara en cada canción todo cuanto hacía vibrar mi alma.
Fue hermoso y gratificante. Fue realmente increíble. Reconozco que he vivido en mi vida momentos en los que he recibido aplausos y felicitaciones cuando he cantado. Pero ayer fue diferente. Ayer sentí que había frente a mí personas que sentían de verdad lo que cantaba y pude verme mucho más cerca de lo que llevo visualizando desde hace meses a la espera de mi próxima puesta a punto por la presentación de mi libro y canciones.