Comida y felicidad – “Otra vez he vuelto a caer en lo mismo”

Estamos a 4 de Enero del recién estrenado 2013. Y seguro que ya hay más de uno que se ha dicho la frase tan repetida de “otra vez he vuelto a caer en lo mismo”. Y eso que apenas llevamos unas horas de este nuevo año. Pero nos ponemos a recordar cómo estas fiestas nos hemos pasado con la comida y la bebida y la frase surge sin apenas darnos cuenta. Y con ella, nuestro sentimiento de culpabilidad por no haber sabido decir que no, o por no habernos controlado debidamente.

Es que la sociedad en la que vivimos, pese a aclamar que estamos en “crisis”, no fomenta en las personas los valores de las 3 “R”, Reducir, Reutilizar y Reciclar y lanza a las personas a un consumismo que, si bien no se traduce en un aumento de las compras compulsivas -que por esta fechas siempre se producen-, sí fomenta el consumo excesivo de la comida y la bebida como un signo de que no estamos tan mal cuando nos podemos permitir, al menos, comer y beber de casi todo.

Es como si necesitáramos sobrepasarnos en el consumo de todas las cosas que podemos permitirnos, aun con dificultad, para afirmarnos que o bien no estamos tan mal como para no poder permitírnoslo o que, al menos, los excesos en estas fechas están justificados porque simplemente hay que celebrarlo y hay que disfrutar de la vida. Y nos repetimos eso de “no hay que calentarse tanto la cabeza y hay que disfrutar, que la vida son dos días”.

Y ya me dirán qué disfrute se siente cuando nos invade después el malestar, la pesadez, la agonía, los vómitos, ataques de ansiedad, depresiones postfiestas, economía en caída libre, sentimientos de vacío e inutilidad, y un sin fin de otros “efectos secundarios”. Claro que para eso nuestra sociedad ya tiene montado el chiringuito de los productos farmacéuticos y la relación de nombres a los síntomas que se nos presentan tratando los efectos, pero no las causas.

Pero seguimos olvidando que la mejor celebración para nuestro cuerpo consiste en darle a él lo que realmente necesita y no lo que nos produce placer momentáneo, pero efectos perniciosos a corto, medio y, por supuesto, largo plazo. Y cuando sentimos los efectos de nuestro exceso, porque nuestro organismo es sabio y reacciona avisándonos como puede y sabe, entonces vienen las lamentaciones. Y nos decimos que la próxima vez no nos va a volver a pasar, que ya no volveremos a cometer el mismo error que tantas veces hemos cometido, y bla, bla, bla y todas esas frases que parecen calmar un poco nuestro sentimiento de frustración y nuestra impotencia por la incapacidad de reconocer que no cambiamos porque sencillamente no lo deseamos intensamente al pensar que no hemos llegado al límite y, por lo tanto, no tenemos verdadera necesidad. Porque es la necesidad la que manda, y ésta sólo lo hace desde el dolor. Seguramente necesitamos sufrir más para desear cambiar de una vez por todas.

Lo triste es que cuando sentimos que el límite ha llegado, ya son pocas las cosas que podemos hacer. Recuerdo las palabras de una tía mía mayor, con sus recién cumplidos 93 años, que siempre dice la frase que nunca se me olvida “La salud es prenda de gran valía que sólo se la valora cuando se la ve perdida”. Y mucho más importante la que dijo Hipócrates, al que muchos han jurado como médicos seguir sus enseñanzas, pero muchos de ellos las olvidan porque no predican con su ejemplo: “Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina tu alimento”.

Menos mal que información no falta para el que realmente decide cambiar su vida y llevarla por otros derroteros. Recientemente ha publicado Miguel Ángel Almodóvar, experto en nutrición y gastronomía, su libro «Mood Food. La Cocina de la Felicidad», en el que explica cómo determinados alimentos, entre los que se encuentran el aceite de oliva, el aguacate, los garbanzos o las sardinas, pueden ayudarnos a estar de mejor humor y ser más felices, al mismo tiempo que reducen la ansiedad, el estrés y favorecen un estado de ánimo positivo. Es curioso que esta relación entre alimentos y emociones no es nueva, ya que en los años ochenta el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) descubrió que determinados nutrientes afectaban directamente al proceso de pensar, percibir y sentir, llegando a afirmar que tomar una veintena de cerezas al día era más eficaz que cualquier antidepresivo de síntesis.

Lo que me pregunto es cómo después de tanta investigación llevada a cabo y tanta información como existe, seguimos maltratando a nuestro cuerpo en aras de una mal llamada “libertad para elegir” que nos hace comer y beber sin controlar lo que hacemos. Somos dueños de nuestras decisiones, pero me pregunto ¿porqué impulso mal controlado no dejamos atrás lo que nos perjudica y nos centramos en lo que nos beneficia y nos permite mejorar? ¿Por qué seguimos probando de la manzana prohibida del “Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal” si ya sabemos a lo que nos va a llevar?

Es una pena que no nos planteemos seriamente que podemos disfrutar mucho más y mejor sin necesidad de recurrir a lo fácil, a lo que ya sabemos que nos traerá consecuencias nefastas si seguimos por ese camino y que aprendamos a gozar con las cosas buenas de la vida descubriéndolas en su esencia, sin artilugios ni efectos colaterales, en su proporción y medida, en su natural forma, porque es la mejor manera de sentirnos bien durante y después del proceso pudiendo decir “ahora sí que me siento bien. Me doy las gracias por hacer lo correcto”.