¿Hay una dieta para poder ser más feliz?

Hay evidencias que desde siempre nos han acompañado. Como que el buen humor y el bienestar inciden en la salud; que el consumo de chocolate pueda influir en los diferentes estados de ánimo (sobradamente conocido y experimentado por la mayoría de los humanos), que hay alimentos que son afrodisíacos y otros estimulantes de la memoria, otros del vigor físico, otros de la paz espiritual, o del rendimiento intelectual o de la alegría de vivir.  En fin, que hay una estrecha relación entre los alimentos que tomamos y lo que los mismos provocan en nuestro organismo. Por eso afirmó Hipócrates de Cos  (460 a.c al 370 a.c.), considerado como el padre de la medicina,  que “el alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”.
Lo realmente interesante es que si escogemos los alimentos adecuados y los ingredientes que necesitamos, podemos iniciar una alimentación que sirva de medio para lograr la felicidad.

Esto es lo que promueven los chefs que trabajan en el movimiento ‘Mood Food’, con fuerte arraigo en Estados Unidos y Japón, en cuyo estudio de los componentes de los alimentos han podido determinar cuáles inducen al ser humano a un estado de buen humor, clave para la salud. Estos podría ser considerado por algunos como una tontería o incluso falsa ciencia. Pero a mediados de los ochenta, científicos del Instituto Tecnológico de Massachusets (EE. UU.) ya  demostraron que un puñado de cerezas es mejor que cualquier medicamento antidepresivo, por sus nutrientes.

La ventaja es que todo el mundo puede seguir una cierta dieta para la felicidad, salvo que se tenga alguna intolerancia o alergia a un alimento concreto, que puede sustituirse por otro del amplio abanico que se suelen proponer.

Conocer cómo funciona nuestro organismo en relación con los alimentos que tomamos es algo sobradamente oído. ¿Quién no se ha hecho a fecha de hoy un test de intolerancia alimenticia? ¿Quién no ha leído acerca de evitar ciertas combinaciones de alimentos por las consecuencias negativas que pueden tener para nuestro bienestar? Pero debemos ir un poco más allá. Aunque no estaría de más que aplicáramos lo poco o mucho que sabemos. Porque no es la primera vez que actuamos teniendo el conocimiento de las cosas, pero sin hacerles el debido caso.

Por eso es bueno que sepamos que hay alimentos que influyen en nuestro estado de ánimo, que pueden ayudarnos a controlar la ansiedad y el estrés en determinadas situaciones, o que pueden evitar la melancolía e, incluso, apartarnos de caer en una depresión. Conocer estas cosas puede resultarnos relativamente fácil. Lo difícil va a ser vencer las costumbres tradicionales, cambiar los hábitos adquiridos e iniciar unos nuevos hábitos que nos aporten mayor bienestar, salud, energía y felicidad.

Hace tiempo que se viene hablando de ciertos neurotransmisores como la serotonina, que incrementa los niveles de tolerancia al dolor, reduce la irritabilidad, y mejora la cantidad y calidad del sueño. También de las endorfinas, la dopamina y la noradrenalina como coadyuvantes positivos en nuestro estado de ánimo.  También hemos oído hablar de los efectos negativos de las catecolaminas, presentes en excitantes como el té, el café, los destilados, las carnes rojas o los quesos muy curados que si bien inducen a la excitación, también se asocian al nerviosismo.

Ahora se sabe también que entre los nutrientes y principios activos que promueven la felicidad están el triptófano y la teobromina, que se encuentran solamente en productos como el guaraná y en el chocolate. Que en los llamados alimentos que favorecen la felicidad se incluyen el aceite de oliva, el aguacate, el ajo, los albaricoques secos, las almejas y legumbres, especialmente el garbanzo, el arroz y los cereales integrales, frutos secos (nueces, almendras), frutas como el plátano, la piña, la fresa y la manzana, el bacalao, la sardina, los mariscos, el hígado de ternera, la lechuga, el brécol (variedad de la col), las espinacas, los champiñones, el jamón, la levadura de cerveza, las carnes magras que no sean rojas, los dátiles, la miel, los chiles y el pimiento y, cómo no, el irresistible chocolate negro. Hasta el vino, con moderación, claro.

Se nos advierte, con razón, que es importante consumir estos productos en temporada, cuando están plenos de sabor y nutrientes y que la tendencia sugiere reducir las proteínas animales y apostar en su lugar por las legumbres,  volviendo a cocinar, evitando los precocinados, que están llenos de componentes, evitando la comida precocinada.

Vamos, que leyendo uno estas cosas no puede, por menos, que recurrir a su sentido común y pensar que “esto ya me lo decían mis abuelos y mis padres”. Lo de comer sano, del huerto, variado y que “de grandes cenas están las sepulturas llenas” para recordarnos que el abuso no es bueno y menos por las noches antes de irse a dormir. Está claro que en el tema de la alimentación se ha escrito y se seguirá escribiendo mucho. Pero qué curioso que en todas la religiones siempre se ha hablado de la importancia del ayuno. Y de tomar alimentos de calidad, aquellos cuya procedencia conozcamos. Que de “tomar frutas y verduras no tengamos dudas”; que más vale quedarse con hambre que saciados. Y que, más importante que el propio alimento es el agua, de la que hablaremos otro día. Y más importante que el agua, la forma en que respiramos, de lo que nos ocuparemos también en otra ocasión. Me viene a la mente mi último encuentro con mi maestro (así lo considero en muchos aspectos) Fernando Moreno, el cual añadió a mi lista de las únicas 3 cosas que realmente necesitamos (1. respirar 2. agua y 3. alimentos) otras 3 cosas importantes: 4. Ejercicio físico 5. Meditación 6. Sexualidad equilibrada.  Lo que viene a recordarnos la importancia de los alimentos en nuestras vidas.

Por eso he querido insistir en este tema, al que ya le dediqué otro artículo recién terminadas las vacaciones de navidad, para que reflexionáramos sobre los abusos y excesos en la comida y sus consecuencias. Pero hoy quería enfatizar en cómo nuestra alimentación si es adecuada, equilibrada, natural, proporcionada, compatible con nuestro organismos y sus tolerancias, puede ayudarnos de forma muy notoria a sentirnos más felices. Y si no que nos digan cómo se sienten aquellos que han comido copiosamente y se sienten pesados y de mal humor por haberse excedido, o los que sufren los efectos de intolerancias gástricas, problemas de flatulencias, acidez estomacal, llegando incluso a los vómitos o las diarreas como efectos colaterales. ¿Creen que esas personas pueden oír hablar de “felicidad?

Y luego pregunten cómo se siente una persona recién terminado su ayuno voluntario de uno o varios días. ¿Cómo es posible que uno se sienta débil físicamente, pero más fuerte y lúcido mentalmente que nunca y con una sensación de felicidad increíble? “Somos lo que comemos” y, por supuesto, también lo que bebemos, respiramos y, sobre todo, pensamos. Yo puedo asegurarles que después de mis 3 últimos días de ayuno completo me sentía pletórico de felicidad por haberlo logrado, pero, sobre todo por la sensación de limpieza de mi cuerpo y por saber que estaba permitiendo que mis canales sensoriales estuviesen más despiertos.

En fin, que no les descubro nada que no sepan ya: la importancia de los alimentos para contribuir a nuestro bienestar. Pueden doumentarse más, si lo desean, a través de la mucha información que sobre el tema existe y se está publicando. Pero un consejo último, si me lo permiten. En este, como en todo, apliquen la ACCIÓN. Es decir, hagan algo con lo que saben o aprendan. No se queden sólo con la teoría. Porque más vale un gramo de acción que una tonelada de teoría.