Ayer fue el aniversario de tu partida. Discúlpame si te escribo en castellano, pero así fue como empezamos a compartir nuestra primeras palabras en la familia que compartimos durante 50 años, si bien nuestro entorno y cultura se fue apoderando de nosotros hasta hacer de nuestra “Llengua Valenciana” nuestro signo de identidad, como otros muchos.
Esta es mi carta abierta para ti. La que nunca te escribí cuando estabas entre nosotros. La que nunca se suelen escribir los hermanos cuando comparten una vida juntos, para decirse aquellas cosas que se sienten en el corazón y a las que no han sabido darle su cauce de expresión adecuado.
Sigues estando presente en mi vida, aunque no te mencione en ocasiones. Aunque siga haciendo mi marcha normal, como si tu ausencia sólo sea momentánea y tu regreso vaya a producirse en cualquier momento. Cuántas veces en sueños me ha parecido que tu partida sólo fue un guiño a esta vida terrenal y que sigues viniendo y regresando de manera inesperada cuando quieres o te recordamos.
Tu manera de entender las cosas, de enfocar desde la óptica de la verdad todo cuanto vivías. Tu verdad, la que considerabas que era la única aunque admitieses los matices propios de cada uno. Tu honestidad ante los planteamientos de “dudosa” moralidad. Tu compromiso con tus ideales y tu manera de entender la política. Todo ello sigue presente en mí.
Me pregunto por qué pasados 6 años de tu partida siento todavía cercana tu presencia, como la de nuestros padres que te acompañaron un año y poco después. No me asusta la muerte. Tal vez el sufrimiento. Como el que pasaste en tu lucha contra ese cáncer inexplicable que te robó la fuerza de vivir que tanto te caracterizaba. Sí, puede que sea ese sufrimiento el que a veces me provoca emociones que he aprendido a canalizar hacia un mejor cuidado de mi cuerpo, mente y espíritu. Porque nunca sabemos si va a llamar a nuestra puerta lo que menos deseamos.
Se dice que nunca estamos preparados suficientemente para soportar lo malo que nos pueda llegar. Pero también que somos capaces de soportar mucho más de lo que creemos. Y el recuerdo de cómo supiste llevar tu sufrimiento hasta el final siempre me resulta admirable.
¿Por qué se van antes los mejores? Decía mi hermano Juan cuando nos despedíamos de ti. No lo sé. No tengo respuestas. Sólo busco mis propias respuestas Y una de ellas es que hacen falta nuevas vidas encarnadas con todo lo aprendido en vidas anteriores para que puedan seguir aportando a los demás ese “enfoque” vivido de honestidad, compromiso, alegría, buen humor, vitalidad, positivismo y tantas cosas buenas como las que te caracterizaron.
Recuerdo que, en una de las visitas que te hacía en los períodos de tu tratamiento, cuando hablábamos de que veías inevitable tu “final”, te dije, entre bromas, que me hubiera gustado ser primero que tu en descubrir que hay más allá de esta vida terrenal, para poder mostrarte, si podía, que “todo” no se acaba aquí. Nos reímos, porque tú siempre dudaste de lo que había más allá.
Ahora nos separan dimensiones distintas, pero mientras estás en mi recuerdo, en nuestro recuerdo, sigues estando también en nuestra dimensión para compartir nuestros momentos más importantes. Sabes que has estado presente en las despedidas a nuestros padres, en las paellas familiares, en las fiestas navideñas, en mi libro, en mis conciertos y en los pequeños momentos de celebración con las personas que te conocieron y estimaron.
Gracias por haber podido compartir todos estos años contigo y haberte tenido como hermano. Esto no es ninguna despedida, como sabes. Sólo una pequeña muestra de lo que mi corazón quería decirte hace tiempo, pero que ahora expreso en público. Para que sepan quienes te conocieron y los que no, que las vidas que se viven con “sentido” como la tuya, como la de nuestros padres y tantas otras personas, siempre dejan huella. Porque “el sentido de la vida es una vida con sentido”.
Con gratitud