Así se titula el libro que escribió Elisabeth Kubler-Ross, la médico-psiquiatra de origen suizo que recién licenciada en medicina en Zurich se trasladó a EE.UU donde desarrolló su trabajo a lo largo de su vida con más de 20.000 personas moribundas, terminando sus días (y su libro también) sufriendo varios ataques de apoplejía que la obligaron a estar dependiente para vivir de personas que la cuidaran.
Cuando leí el libro me impresionó la reflexión que hacía sobre la manera en que se veía obligada a vivir después de haber dedicado una vida entera al servicio de los demás cuidándoles en el proceso final de sus vidas y acompañándoles para tener una muerte digna, con aceptación y con la paz interior que da el saber que la muerte no se vive como un final, sino como una cara más de la vida que hemos venido a vivir.
Su reflexión final venía a decir que su enfermedad era la última lección que le tocaba aprender en su vida y que debía experimentar en su propia piel como habían sido los últimos momentos de tantas personas a las que ella había acompañado. Que todos venimos a esta vida a aprender y experimentar algo, aunque no nos damos cuenta de ello hasta llegados los últimos momentos de nuestra existencia.
Su modelo para afrontar la muerte reflejaba las fases de negación primero de lo que es inevitable, la ira por lo que vamos a tener que pasar y que rechazamos totalmente, la negociación tratando de ver si encontramos alternativas por todos los medios para evitarla, la depresión cuando vemos que nada lo va a poder impedir y la aceptación final, con la que se puede llegar incluso a un estado de paz interior e incluso de felicidad ante el hecho de la muerte.
Puede parecer extraño que a una persona como yo, tan ocupada y preocupada por la felicidad propia y de los demás se le ocurra reflexionar y escribir sobre el tema de la enfermedad y la muerte. Pero como he dicho, son dos caras de la misma moneda. No se da una sin la otra. Lo malo de esta sociedad en la que vivimos es que no nos enseñan a vivir mirando cara a cara los dos lados, sino a ocultar la visión de la que no nos gusta.
Por eso recibimos tan mal las noticias de la enfermedad y la muerte. La primera razón por cuanto supone un “mazazo” para el disfrute y placer al que todos tenemos derecho y al que esta sociedad nos quiere acostumbrar para favorecer sus intereses. Y la otra razón porque nos recuerda que todo es fútil y pasajero y que también a nosotros nos llegará el momento de la verdad final.
No pretendo aleccionar aquí y ahora sobre cómo deberíamos afrontar este hecho ineludible. Pero sí hacer ver que la felicidad verdadera no está exenta de momentos duros, difíciles en los que se ponen a prueba nuestras más firmes creencias. Pero eso no es malo. Forma parte del proceso de aprendizaje que venimos a tener. Y entender la felicidad en su sentido más profundo nos lleva a comprender los dos lados de la moneda, la vida y la muerte, aceptando lo que cada una de ellas nos pueda aportar.
En mi vida ya he visto de cerca, en no pocas ocasiones, la enfermedad y la muerte y siempre busco respuestas. Era ya pequeño cuando vi de cerca en su féretro blanco a un compañero de colegio de apenas 7 años. Y luego cuando fui monaguillo y acompañaba al cura a las casas donde debían recoger para ir a la Iglesia al féretro de alguna persona. Y mis visitas de pequeño al cementerio recordando las vidas y muertes de familiares y amigos.
Seguramente todas estas experiencias a las que nunca renuncié, ni me apartaron de tenerlas, me han hecho ver con naturalidad este hecho. Ahora, desde la experiencia y la reflexión de haber vivido la muerte de seres muy queridos veo que ello no es un final, salvo de la parte física que todos experimentamos y sentimos como la más real. Yo la veo, como digo en mi canción “Carpe Diem”, una forma de liberación de nuestra atadura corporal para alcanzar algo mucho más profundo y verdadero como es nuestra dimensión espiritual.
Por eso llevo tan mal las fiestas que se celebran cuando llega el día de difuntos en nuestra cultura occidental y en concreto la de Hallowen. Considero una mofa, una farsa total la manera en que se enfocan estos días. Una falta de respeto me atrevería a decir. Porque en un intento de “quitarle hierro” al tema, no abordan con amor y profundidad un hecho tan real como la muerte y se quedan con la parte o bien frívola o bien consumista. Y no digamos el uso que de temas relacionados con la muerte se vienen haciendo últimamente con la proliferación de películas, series televisivas y demás manifestaciones sobre vampiros, zombis y otras historias.
Recuperemos la dignidad de la muerte, el sentido de la vida y su otra cara. Veamos ambas con aceptación y amor, con gratitud incluso. Si, gratitud. Porque hay muchas personas moribundas, como decía Elísabeth Kubler-Ross, que ven a la muerte con agradecimiento, pues ya la vida la han visto cumplida y no sienten ningún apego por ella, deseando hacer su camino final cuanto antes y descubrir la otra cara de la moneda y todo cuanto ella lleva consigo.
Con gratitud