La vida es un juego

Hoy quiero reflexionar acerca de una afirmación muchas veces oída. Pero he de decir que a quien se la oí por primera vez bien argumentada y justificada fue a Fernando Moreno (a quien dedico mis mejores pensamientos y deseos para su pronta recuperación en su lucha por salvar su vida): “La vida es un juego”.  Es uno de los principios de los que debemos partir para entender qué hacemos en este mundo y a qué hemos venido. Me explicaré.

La vida es un juego en el que al final te das cuenta de que hay un solo jugador: tú mismo. Los demás son espectadores ocasionales, participantes momentáneos, jugadores que van y vienen para hacer el juego más entretenido o complicado. Pero el único que verdaderamente juegas el juego de tu vida eres tú mismo. Los demás juegan el suyo propio y, en ocasiones, nos parece que juegan nuestro mismo juego o que incluso nos ayudan o entorpecen a jugar el nuestro. Pero nuestro juego solo lo podemos jugar nosotros. Tomar conciencia de esto puede parecer duro, egoísta o simple. Pero si observamos, con el paso del tiempo, la realidad que nos acompaña a cada uno de nosotros, acabamos aceptando que es así.

Se ha escrito mucho acerca de este símil. Pero lo que ahora me interesa es reflexionar sobre el hecho de qué aporta a nuestra cotidianidad el hecho de pensar que la vida es un juego. Porque al igual que pensar que la vida es un sueño, como decía en su obra teatral Calderón de la Barca, nos lleva a determinadas conclusiones, asimilar la vida a un juego también comporta las suyas.

Para mí, la primera es que si la vida es un juego, pienso que, como juego que es, tiene que ser divertido y voy a disfrutar practicándolo. No entiendo que se pueda llamar juego a algo en lo que uno sufra o se lo pase mal como objetivo del mismo juego. Otra cosa es que en el trascurso del mismo haya momentos difíciles, duros, muy complicados que hagan que deseemos en ocasiones abandonarlo porque nos parece poco probable que vayamos a disfrutar con él. Pero, aunque sea bastante difícil jugarlo en ocasiones, no es imposible hacerlo y obtener los resultados que buscamos.

Y nos preguntamos… pero ¿a qué se juega? Bueno, el gran atractivo del juego es que nosotros elegimos a qué jugar y, a pesar de que “algunos” quieran imponernos reglas, sólo nosotros somos los que realmente nos las ponemos y aceptamos. Somos nosotros mismos los que elegimos qué reglas seguir y a qué jugar concretamente. Y esto es lo que hace el juego más interesante, pero a la vez complicado, difícil y hasta desesperante para algunos. ¿Cómo elegir las reglas que seguir en un juego que no sabes en qué consiste?  Pues primero tomando conciencia de qué juego en la vida estás jugando y luego viendo las reglas que estás siguiendo, analizando si son as elegidas por ti o las impuestas por los demás.

Todos tenemos ahora en nuestra mente determinados juegos deportivos, de azar, de inteligencia o estrategia, de superación o de negocios, etc.,  y no acabamos de imaginar un juego en el que nosotros mismos elijamos las reglas y el tipo de juego que vamos a seguir. Pero la realidad de nuestra vida nos hace ver que así es.

Jugamos desde pequeños a ser mayores, a imaginarnos a nosotros mismos siendo esas personas famosas por sus logros, por haber conquistado éxitos, fama, dinero, poder, etc. Y desde pequeños empezamos a seguir unas reglas de juegos que nos atraen y que nos obligan a seguir sus directrices sin que nos demos cuenta de ello. Nos dictan las reglas para ser buenos estudiantes, deportistas, para ser buenos hijos, para tener una vida feliz, para tener un buen matrimonio, para tener hijos, para ser buenos padres y buenos ciudadanos, etc, etc.

Pero esas reglas son para juegos que nos dicen a qué debemos de jugar. Pero, ¿cuál es realmente el juego que queremos jugar en nuestra vida de verdad? Esta pregunta es difícil que se la haga una persona joven, inmersa en tantos juegos que apenas le da tiempo de reflexionar sobre ellos y si debe o no jugarlos y cómo. Pero sí se la deben hacer las personas que se sienten que juegan sin saber muy bien a qué, quienes se consideran “educadores” y deben enseñar a otros los posibles juegos de la vida o los que ya llevamos tiempo jugando a juegos que no nos satisfacen. Bueno, se la deberían hacer todas las personas en momentos “clave” de sus vidas para sentir que están jugando el juego de la vida elegido por ellos y no por los demás.

Cuando nos hacemos esta pregunta solemos descubrir que efectivamente hemos estado jugando a muchos juegos que no eran realmente “mi juego” y que solemos llegar a un punto en el que descubrimos que otros muchos en nuestra vida dictaban las reglas que debíamos seguir, sin tomar conciencia de las nuestras propias.

Por eso solemos culpar a los demás cuando los resultados del juego que jugamos no nos gusta. Por eso, nos sentimos víctimas cuando esto nos ocurre. Por eso reprochamos a los demás que nos hayan hecho jugar a sus juegos sin dejarnos practicar el nuestro.

Debemos tener claro que la vida es un juego en el que podemos elegir las reglas del mismo y a qué jugar. Y que realmente el único opositor, por no llamarle enemigo contra el que tendremos que jugar, es contra nosotros mismos. Puedo elegir jugar a ser grande o pequeño, a conquistar o dejarme conquistar, a ganar o a perder, a vencer o darme por vencido, a luchar o a abandonar, a llorar o reír, o a ambas cosas si lo prefiero; a ser feliz o desdichado, a quejarme o a hacer algo por salir de la situación que no me gusta; a excusar mis errores o fracasos o a hacer algo por cambiarlos y mejorar; a votar a un político u otro o a no votar; a comer de una determinada forma o de otra; a hacer ejercicio o dieta o a controlar nuestro peso o emociones o a abandonarnos al deterioro físico o emocional.

Elegimos, amigos, siempre elegimos. No culpemos ya a nadie de lo que somos o nos pasa, porque son nuestras elecciones las únicas responsables de lo que nos ocurre. Porque aunque nos pasen cosas que no queremos ni deseamos, siempre elegimos cómo sentirnos después de lo ocurrido.

Así, pues, veo que es cierto que la vida es como un juego donde puedo elegir a qué jugar y qué reglas seguir para hacerlo de una forma u otra. Y elijo si quiero jugar solo o acompañado, siempre o en determinados momentos, con quienes jugar, a qué y con qué otros jugar y a qué otras cosas. Elegimos una y otra vez. Pero, siempre, quien elige, somos nosotros mismos. Porque si esto no lo tenemos claro, acabarán eligiendo otros por nosotros e imponiéndonos sus reglas.

Con gratitud