Mi felicidad con Tony Robbins

Hoy en día nos encontramos con una gran proliferación de “formadores” que venden sus “enseñanzas”, como lo hicieran en la etapa de Sócrates los sofistas, por un puñado de dinero al que mejor les pague, sin más pretensión que vivir de sus trucos o secretos, pero sin ser congruentes con lo que enseñan, pues no han hecho que su vida sea el ejemplo a transmitir, más que sus conocimientos y habilidades. Y digo formadores y no maestros, porque el formador enseña lo que “sabe”, pero el maestro enseña lo que “es”.

Al principio puede resultar un poco difícil reconocer a un formador de un maestro, pero les aseguro que a poco que pongan en marcha sus “antenas”, lo percibirán y lo diferenciarán. Y también sabrán que hay maestros en determinados aspectos y otros en otros, con lo que lo importante es reconocerles y aprender de ellos lo mejor que tienen. Yo mismo he leído a bastantes autores y he asistido a numerosos seminarios, y no podría hacer mis reflexiones personales sobre la felicidad si no hubiese “bebido” en esas fuentes. Yo les agradezco profundamente todo cuanto han escrito y, con el mayor de mis respetos, quiero hacer mi humilde reconocimiento a todos ellos mencionándoles en cuantas ocasiones pueda e invitando a quienes me lean a que acudan a las fuentes del conocimiento.

Pero eso sí, tómense la molestia de analizar si existe en la vida de esas personas la congruencia y el compromiso que se debe pedir a quienes han de predicar con el ejemplo. Porque cuando es así, aprendes mucho más y mejor. Y, como luego explicaré, sientes que su fuerza y energía te llega de una manera más limpia y profunda, produciendo en ti mismo los cambios que necesitas para empezar a ser más excelente en todo cuanto te propongas.

Así me pasó con Anthony Robbins, al que considero un gran maestro. Ahora entiendo por qué. Aunque siempre he podido y sabido enseñar, ha habido algo en mí que no me impulsaba a seguir mucho más adelante en este campo porque existían frenos, de los que ahora soy consciente, como mi temor de mostrarme como era realmente, con mis incongruencias y contradicciones, sabiendo que, siendo así, no podía dar lo mejor de mí porque “yo no me veía con la mejor imagen de mí mismo que podía y debía tener”. Pero ahora, sin ser en absoluto quien deseo ser todavía, siento que me encuentro por el buen camino y por eso he decidido dar un paso más allá en la dirección de mi maestría. Dejo en manos del lector la consideración  a la que llegue cuando lea y “escuche” este libro sobre cómo voy yendo por el camino que me he marcado. Tan sólo les pido que sean comprensivos con los errores que haya podido tener en mis explicaciones o comentarios, y que vean más allá de lo que escribo y canto, porque seguro que de esa forma podrán sacar mucho más provecho de todo. Como dijo Jesucristo, “por sus frutos les conoceréis”.

Y, sin embargo, a pesar de la negativa situación económica por la que atravesaba mi vida, precisamente en lo que a felicidad y paz interior se refería, me encontraba mucho mejor que en los últimos años. ¿Por qué? Pues se lo debía, en gran medida, a la apertura de mi mente y de mi corazón que se produjo al asistir a un seminario de  Anthony Robbins, “Unless the Power Within” (Libera tu Poder Interior), donde no sólo tuve el placer de escucharle personalmente en mayo del 2012 en Londres, sino de poner en marcha muchos de sus consejos, principalmente en el tema de la salud.

Cuando asistí a este seminario venía arrastrando unos problemas en mi espalda que se habían convertido en crónicos, y algunas cefaleas para cuyo remedio se me remitía al neurólogo, al que evidentemente ya no he tenido que asistir. Venía arrastrando desde mi juventud (donde siempre se hacen esfuerzos físicos innecesarios con el único objetivo de mostrar la fuerza que uno posee sin saber los riesgos que ello conlleva) un pinzamiento entre la 5ª vértebra lumbar y la 1ª sacra. Me había creado no pocas crisis serias a lo largo de mi vida, por las que llegué incluso a ser hospitalizado en una ocasión hacia los 30 años en la que me dijeron que debía dejar de hacer deportes que comportaran problemas para mi espalda (tenis y correr entre otros, que eran los que practicaba) y cuidarme más, de lo contrario podría derivar en una hernia discal y tener que recurrir a una operación quirúrgica.

Como siempre he hecho caso a los médicos (¿?), al poco tiempo de recuperarme me inscribí en un gimnasio para hacer Taekwondo, consiguiendo mejorar mi rendimiento y fortalecer mi espalda con el entrenamiento. ¿Por qué será que nos gusta poner a prueba los consejos que nos dan los “expertos” en determinadas materias? ¿Será porque en nuestro interior más oscuro hay una voz que nos dice que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos o que nos impulsa a descubrir si esa “regla” también se da en nuestro caso a pesar de que ya se haya demostrado hasta la saciedad?

En fin, logré mejorar, como dije, mi forma física, pero poco a poco, con el paso del tiempo y de tener una vida un poco más sedentaria, los problemas regresaron y fueron en aumento conforme los malos hábitos de sedentarismo y falta de ejercicio específico se apoderaron de nuevo de mí. De nada me sirvió entonces acudir a especialistas que todo lo más que me recomendaron era que, si las molestias y en ocasiones dolores de espalda no remitían (pese a la medicación, masajes o ejercicios de rehabilitación) y no me permitían hacer una vida normal, tendría que recurrir, como ya me advirtieron, a la cirugía para corregir los efectos.

Recuerdo que, después de mi último año pasado en Moldavia (2011) por tener que atender mis inversiones realizadas en este país desde el 2005, a pesar de hacer ciertos ejercicios de yoga con periodicidad por las mañanas, no conseguía tener mi espalda en condiciones y siempre tenía que andar con cuidado para no terminar con un ataque de lumbago y tener que guardar reposo durante días hasta recuperarme, eso sí, después de un tratamiento con medicamentos específicos que siempre presentaban efectos secundarios.

Cuando asistí al seminario de Robbins, recuerdo que había momentos que me costaba levantarme con energía de la silla para hacer los ejercicios que proponía, pues tenía que hacerlo con cuidado y tardaba en tener la postura corporal erguida. ¿Pueden imaginarse lo que supone que Robbins diga con energía a más de 6.000 personas que se levanten de la silla y empiecen a saltar o bailar al son de la música y que vean a uno que se levanta por fases y va poco a poco consiguiendo erguirse hasta poder moverse con cierta facilidad? Pues ése era yo. Pero no se crean que era el único que tenía problemas, porque allí vi a personas en silla de ruedas, a invidentes y a muchos otros con sus dificultades a cuestas, que dejaban atrás sus situaciones personales para entrar de lleno en un nuevo mundo de sorpresas, como el de caminar por encima de brasas encendidas.

En cuanto a mis cefaleas, que no habían sido un problema en mi vida, se presentaron a raíz de un resfriado que me dejó sus secuelas. Acudí a un especialista pensando que eran provocadas por una sinusitis, y tras realizarme las pruebas pertinentes me diagnosticó que no tenía sinusitis y que debía acudir a un neurólogo para que estudiara con más profundidad las posibles causas. Evidentemente no lo hice, porque mientras lo pensaba y la administración sanitaria me buscaba la fecha para iniciar mi exploración (no sería la primera vez que te curas antes de que te visiten o… te mueres, claro), acudía al seminario de Robbins  y, ¡qué causalidad! (lo he escrito bien, no es un error), dejé de tener cefaleas esos días. Desde entonces, no sé en qué consisten esas molestias. Claro que allí hice, y ahora hago, cosas que antes no hacía. ¿Será por eso? Juzguen ustedes mismos. 

(Extracto del libro “Aprende, canta y sé feliz” que puedes conseguir en formato digital y que en breve estará en formato papel)

Con gratitud