Quiero comentarles una noticia recientemente aparecida. Una más de las muchas que venimos escuchando desde hace tiempo con el mismo perfil. Pues seguimos en la misma línea de querer intervenir sobre los efectos, pero no sobre las causas (claro, nos es más cómodo buscar una “pastillita” que ponga remedio a nuestros males antes que buscar la causa de los mismos y trabajar sobre ellos).
Les transcribo la noticia:
“Una sustancia que hace la felicidad. Una investigación científica sobre los químicos que afectan las emociones descubrió una sustancia que se segrega en estados de felicidad. El hallazgo de la hipocretina podría anunciar una nueva era en tratamientos contra la depresión” Un grupo de científicos de la Universidad de California aisló la hipocretina, un péptido que se segrega en grandes cantidades en situaciones de felicidad. Eso llevaría a inferir que si se aumenta la hipocretina, se podría elevar el estado de ánimo, o sea que se estaría frente a otro método para combatir la depresión. Durante la investigación los pacientes fueron grabados mientras veían televisión, interactuaban entre ellos o con médicos, enfermeras y familiares o amigos; mientras comían o eran sometidos a procedimientos médicos diversos; también, mientras dormían. Se registraban sus actividades y simultáneamente se recogían muestras químicas en forma simultánea. Luego ellos mismos evaluaban su estado de ánimo y sus actitudes contestando un cuestionario con intervalos de una hora. Sumando y evaluando todas las mediciones, los científicos pudieron comprobar que los niveles de hipocretina aumentaban cuando los pacientes sentían emociones positivas. Un paso más hacia la comprensión de las emociones”.
Hoy en día tenemos la certeza (absoluta no, por supuesto) de que la depresión es el resultado de un proceso mental (aunque también bioquímico, me dirán) por el que la persona manifiesta una serie de síntomas fisiológicos que llevan a afirmar, precisamente, que la persona en cuestión está “deprimida”.
Pero siempre surge la pregunta, ¿Qué es primero la respuesta fisiológica o los pensamientos que han llevado a ese estado? Me dirán que es difícil discernir lo uno de lo otro. Pero pese a que muchas investigaciones tratan de demostrar incluso una cierta base genética para predisponer a ciertas personas hacia un estado depresivo, no explica la genética el porqué en unos casos se manifiesta de manera tan aguda y en otros tan sólo como cierta predisposición en momentos puntuales que pasan desapercibidos.
Lo más lamentable de noticias como éstas es que siguen influyendo en las personas sobre la creencia de que la solución a sus problemas pasa por encontrar la “pastilla” que tomándola remediará los males que les aquejan. ¿Imaginan ya a la gran industria farmacéutica desarrollando una “pastilla” para que las personas que no se sientan felices puedan, tomándola, alcanzar un mejor estado de felicidad? Ustedes se reirán, pero si hiciéramos la lista de la cantidad de productos farmacéuticos que se viene tomando cuya utilidad es más biuen poca y, en algunos casos, contraindicada par determinadas funciones biológicas?
Acepto la argumentación de los productos farmacéuticos que salvan vidas, pero les diré que son mucho menos de los que imaginan. Y les remitiría a infinidad de artículos en los que se pone de manifiesto el gran poder de la industria farmacéutica para mantenernos atados al consumo de sus productos. Sólo les sugiero que visiten esta dirección para que se documenten, si les apetece: http://www.youtube.com/watch?v=gM_srcIufO4&feature=related,
La cuestión es que, de seguir así, no me extrañaría que se esté investigando (y un día nos descubran) una pastilla contra la corrupción, el sentimiento de vernos manipulados por la banca o los políticos o contra la tendencia a manifestar nuestro inconformismo con las cosas que no nos gustan y queremos mejorar. ¡Ojalá! dirán algunos. Pero la verdad, esto tomaría un cariz que nos llevaría al más absoluto de los ridículos. Y a agravar la estupidez humana. No lo quiera Dios.
Yo no estoy en contra de la investigación y el desarrollo que permitan salvar vidas, curar enfermedades, mejorar la calidad de vida del ser humano. Pero no perdamos nuestro Norte, la guía que debe marcar los pasos de las personas para su propia mejora personal, para su más completo desarrollo como personas.
Y esa guía nos la han señalado muchas personas, profetas, formadores, científicos incluso que después de muchos años de investigación han concluido que nada sirve mejor al propio ser humano que cuidar su cuerpo, su mente y su espíritu de la manera más natural posible, en armonía con las leyes de la naturaleza que le están marcando las pautas mejores a seguir.
No pretendo ensalzar el concepto russoniano de que “el hombre sólo encuentra en la Naturaleza la clave de la felicidad humana, despojándose de sus preocupaciones y sintiendo un goce profundo cuando va por caminos solitarios bordeados de flores, allí donde todo está lejos de la civilización”.
No entendamos mal su mensaje ni el que quiero transmitir. Hablo de las leyes de la naturaleza, las que existen desde siempre y que inevitablemente nos condicionan. Como la ley de la gravedad, que aunque no crea en ella, no cometeré el error de tirarme desde un rascacielos, porque como no creo en ella, no me va a pasar nada. Absurdo, ¿Verdad? Pues así de absurdos actuamos con muchas de las leyes de la naturaleza, porque no las respetamos y luego queremos que ellas no nos traicionen.
Aprendamos cuáles son esas leyes, respetémoslas y empecemos a vivir mucho mejor sin necesidad de buscar esa “pastillita” que pueda solucionar nuestros problemas. Porque soy únicamente yo quien los creo y YO quien puedo encontrar remedio para ellos. Lo demás me vendrá por añadidura. Y si no los he creado y me han venido, siempre puedo recurrir a la sabiduría de la Naturaleza para encontrar el camino para remediarlos.
Con gratitud