Lo admito. En ocasiones me abruma el no saber tantas cosas como creo debería. Y pongo el verbo “debería” que es, precisamente, uno de los verbos que más debería quitar de mi vocabulario.
Porque las cosas no deberían hacerse por “deber” por obligación, sino por el puro placer de hacerlas, de disfrutarlas sin más. No porque alguien o, incluso una voz interior, nos diga que debemos hacerlo. Sino porque surge en nosotros un impulso que nos motiva, que nos lleva a buscar aquello que realmente nos completa, nos hace sentirnos bien, nos llena de bienestar y paz interior. En definitiva, nos hace sentirnos felices.
Pero somos humanos y hemos recibido una educación que nos hace sentirnos mal cuando no hacemos aquello que nos han dicho que es lo mejor para nosotros, lo que nos conviene, lo que nos hará sentirnos felices.
Reconozco, como padre y educador, que es difícil apartar de nosotros ese impulso corrector hacia los demás, sobre todo hacia nuestros hijos. Ese impulso que nos lleva a “juzgar” desde nuestra visión del mundo sus actos, sus deseos, sus necesidades y a aconsejarles lo que “deberían” hacer. Nos puede nuestro deseo de ofrecerles lo mejor (repito, desde nuestro mapa del mundo) y nos olvidamos de respetar su propio proceso evolutivo y de ofrecerles lo que más valoran: nuestro amor y comprensión por encima de sus errores.
Así es como nos han construido también nuestros padres, educadores y la sociedad en general, una personalidad que nos hace tener continuamente el peso de lo que deberíamos hacer y no de lo que realmente sentimos desde lo más profundo de nuestro corazón que tendría que guiar nuestros actos.
Por eso nos sentimos mal cuando no somos ricos a una determinada edad y “deberíamos haber triunfado en los negocios en lugar de haber fracasado varias veces” . O cuando no tenemos una familia estable porque “deberíamos haber mantenido nuestra familia unida por encima de todo”. O cuando no tenemos estudios universitarios porque “deberíamos haber terminado una carrera universitaria para ser alguien en la vida” . O cuando no tenemos a nuestro lado un/a compañero/a con quien compartir nuestra vida porque “deberíamos tener a alguien a nuestro lado porque si no, no vamos a sentirnos completos”. Y tantos otros “deberíamos” que pueden llegar a hacer de nuestra vida un auténtico suplicio.
Por eso, nos pasamos la vida con nuestras contradicciones, haciendo en la mayoría de la veces “una de cal y otra de arena”, como digo en una de mis recientes canciones.
La cuestión es que nos sentimos excesivamente presionados para alcanzar una serie de objetivos que, en muchos casos, no los hemos elegido nosotros. Y no somos conscientes de ello hasta que nos “pasa” algo en la vida que nos obliga a pararnos, a reflexionar y a tomar conciencia de cómo estábamos malgastando nuestra vida sin un verdadero sentido.
Esto suele ocurrirnos cuando nos llega una enfermedad dura, una muerte cercana, una quiebra económica, una ruptura amorosa, un conflicto fraternal o parental, un accidente imprevisto o cualquier otra cosa que nos frena bruscamente en nuestro “debería” cotidiano.
Y, es en esos momentos, cuando nos llega primeramente la desesperación que, o bien da paso a la huida sin retorno, o a la depresión más profunda en la mayoría de los casos. Y, volviendo a recordar a Facundo Cabral, no tomamos conciencia de que no estamos deprimidos, sino que nuestra mente está distraída todavía repasando qué le ha pasado y buscando las claves para entender todo lo ocurrido.
Pero no hay que darle muchas vueltas. Hay que comprender que cuanto nos ocurre es para nuestro bien último, aunque no lo veamos en los momentos más difíciles y aplicar una gran dosis de FE de que todo va a irnos bien si nos comprometemos a aprender de nuestros errores y a aplicar lo que nuestro corazón nos dice. Que seguro nos estará diciendo la cantidad de cosas buenas que podemos encontrar a nuestro alrededor y por las cuales vale la pena vivir y esforzarse en mejorar.
Y cuando mejoramos y contribuimos a que los demás mejoren, empezamos a ver que nuestra vida tiene sentido. Te invito a que lo hagas si te has visto reflejad@ en lo que he dicho. Y ya me contarás…
Con gratitud