Sobre la Navidad, los reyes y la felicidad

Ahora que han finalizado estas fiestas no estaría de más que hiciéramos una pequeña reflexión de lo que han supuesto en nuestras vidas y de cómo no sentimos una vez han concluido.

Porque cuando estamos inmersos en plenas celebraciones, parece que no nos gusta que nadie nos “agüe” la fiesta con reflexiones y recordándonos que hemos vuelto a hacer más de lo mismo, obteniendo, como siempre el mismo resultado: sensación de vacío, de aburrimiento, de hastío, cansancio, agotamiento, desaliento, abatimiento, desánimo, depresión…

Y nos preguntamos ¿Por qué me pasa cada año lo mismo después de haber vivido un buen “subidón” durante estas fiestas? ¿Por qué me siento tan desfallecido y desmoralizado a pesar de haber tenido fiestas, comidas, regalos y tantas cosas que deseaba?

Seguramente que nos respondemos que la causa es atribuible simplemente al cansancio. Lo curioso es que ha sido la época en la que menos hemos trabajado y más tiempo libre hemos tenido para disfrutar (por regla general, claro). ¿Por qué no nos preguntamos si la causa puede ser que hemos hecho más de lo mismo que otros años y no hemos probado a hacer “cosas diferentes”? No voy a entrar en qué cosas diferentes se podrían haber hecho que reportaran resultados más positivos, pero sí voy a cuestionar el modo como las celebramos. 

En primer lugar no hago el análisis de qué cosas diferentes podríamos probar porque no pretendo enseñar nada a nadie, ya que la mayoría de las personas saben suficientemente sobre éstos y otros temas (si bien diría que entienden pero no “saben”, porque saber implica aplicar lo que se sabe para obtener mejores resultados) y, si no lo aplican, es porque realmente no lo saben. Y, en segundo lugar, porque he aprendido a lo largo de mi vida que si las personas no están preparadas para oír y entender lo que se le quiere transmitir, no hacen ni el más mínimo caso de los consejos que se les dan. Está demostrado que sólo se aprehende (lo he escrito bien, con “h”, porque significa coger, tomar como propio algo que al principio no es tuyo) cuando la persona desea lo que no tiene pero sabe que le conviene.   

Así que me limitaré a hacer sencillamente mi crítica por la manera en que vivimos estas fiestas que en su origen son esencialmente religiosas, espirituales y que nuestra sociedad de consumo, materialista, egoísta, utilitarista y pragmática ha convertido en algo superficial, banal, intrascendente. Sólo se enfatiza la parte festiva y lúdica invitando a un consumo excesivo de todo aquello que nos puede dar placer, sin plantearnos más reflexiones.

Pero la cuestión es que se usa la palabra tan gastada  de “felicidad” para referirse a todo lo que podemos obtener por estas fechas que nos la puede facilitar. Y empiezan ya con la infancia ofreciéndoles infinidad de juguetes, que ni necesitan, diciéndoles lo felices que van a ser jugando con ellos fomentando el deseo sin control y la sensación de que si no obtienen lo que les han hecho desear, no van a sentirse “felices”.

Lo peor es que ese aprendizaje ya ha dado resultados en muchas generaciones que se han convertido en consumidores compulsivos que ven cómo sus sentimientos de frustración y vacío no desaparecen por mucho que se regalen a sí mismos aquello que les prometen les dará la felicidad.

Y así, llegan unas navidades tras otras, con su Papá Noel traído de los anglosajones para añadir más motivos al consumo, para seguir con los tradicionales Reyes Magos pasando por la fiesta de fin de año. Todo son motivos perfectos para brindar, comer, beber y desearse lo mejor: esa felicidad que tanto deseamos, sin plantearnos si estamos haciendo las cosas correctas para obtener lo que buscamos. 

Se nos ha dicho que si buscamos, hallaremos; si llamamos se nos abrirá; si pedimos, se nos dará. Lo que me pregunto es si realmente sabemos lo que debemos buscar porque es lo que más nos conviene; si sabemos dónde llamar para que se nos abran las puertas adecuadas; si sabemos dónde y a quién pedir para que pueda darnos lo que necesitamos. Porque más bien parece, a la vista de lo que vemos por el comportamiento de la mayoría de las personas, que se nos dice dónde buscar, a qué puertas llamar y a quién debemos pedir y seguimos sin más las indicaciones dadas dándonos cuenta después que lo que obtenemos no nos aporta la felicidad que andamos buscando.

Claro que, a la vista de que no conseguimos sentirnos felices, acabamos haciendo como la fábula de la zorra y las uvas, cuando al ver la zorra que no podía alcanzar las uvas se conformó diciendo que estaban verdes y que no valía la pena seguir esforzándose por conseguirlas. Es así como dejamos de planteamos si la manera de buscar la felicidad es la adecuada y acabamos diciendo que es una utopía lo de ser felices, que nunca llegaremos a serlo plenamente porque es una estado momentáneo y transitorio, que quienes lo logran son sólo unos pocos iluminados y afortunados y que la realidad es que no está al alcance de la mayoría de los humanos. Todo excusas para no tomar conciencia de que está dentro de nosotros y que no hay otro camino que el autodescubrimiento y, posteriormente, el ayudar a los demás a que descubran la suya propia.

Y para esa tarea, no hay ni fechas especiales, ni momentos mejores que otros. Deberíamos decirnos todos los días del año, a todas las horas del día “¡feliz día!” “¡te deseo felices momentos en el día de hoy!”, porque cualquier instante, cualquier ocasión es buena para buscar la felicidad en las pequeñas cosas de cada día y para ayudar a los demás a que descubran la suya propia.