Todos tenemos la costumbre de dar consejos a los demás y escuchar poco los que nos ofrecen a nosotros

Todos tenemos la costumbre de dar consejos a los demás y escuchar poco los que nos ofrecen a nosotros. Parece como un deporte nacional. Y no se explica habida cuenta de que todos tenemos dos orejas para escuchar y una sola boca para expresar nuestras ideas. Estamos bien construidos, pero mal administrados por nosotros mismos.

Suelo encontrarme con personas que se quejan con frecuencia de cómo les va la vida. De su situación personal, de la reciente separación, de que no encuentran su pareja ideal, de que el trabajo no les va bien, de que se han quedado sin ocupación, de su falta de motivación por la vida y de tantas otras cosas que mejor no seguir.

Hace tiempo (aunque también en ocasiones ahora surge en mí ese impulso) me deshacía en consejos para tratar de ayudar a esas personas. Sentía que era mi obligación porque, de no hacerlo, esas personas iban a perder la oportunidad de saber cómo salir de su situación y no podía irme con el sentimiento de culpa de no haberles facilitado esa ayuda. Seguramente era mi falta de comprensión de cómo es realmente el ser humano y de sus motivaciones reales para el cambio, así como mi falta de comprensión de que era yo quien tenia un problema al no poder aceptar el hecho de que el sentirme bien o no estaba sujeto a facilitarles “mi” solución y no a darles mi amor y apoyo para que ellos puedan descubrir su camino para encontrar “su” verdad.

Ahora, pese a tener claras estas reflexiones, sigo dando consejos cuando me los piden, pero les digo, eso sí, que el primer consejo que deben seguir es el de no seguir mis consejos, sino el de descubrir por ellos mismos su verdad, la causa o razón por la que les ha pasado cuanto les sucede, que encuentren la lección que la vida les está enseñando y que aprendan de ella, pues a eso hemos venido a este mundo: a vivir y a experimentar y, por supuesto, a ser felices a pesar de todo cuento nos ocurra.

Me gusta siempre recordar y poner como ejemplo a Sócrates, quien siguiendo su método de la mayéutica, aplicación filosófica extraída de la experiencia de su madre, comadrona, que ayudaba a dar a luz a las madres embarazadas, se esforzaba en no dar consejos sino en preguntar constantemente a sus discípulos acerca de lo que les preocupaba o querían saber.

Por eso se le considera por muchos como el padre del Coaching o el primer Coach. Así, las preguntas clave que todos deberíamos hacernos cuando queremos saber cómo nos está yendo nuestra vida en general y qué tal estamos rodando por ella en las áreas fundamentales deberían responder a las siguientes áreas: la salud de nuestro cuerpo, las emociones que sentimos y el significado que les damos, las relaciones con los demás, el tiempo de que disponemos y cómo lo empleamos, el trabajo que desempeñamos o a lo que nos dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo para obtener recursos económicos, el estado de nuestra economía o finanzas y, por último, pero no menos importante, nuestra espiritualidad. 

Para quienes deseen hacer el ejercicio denominado “la rueda de la vida”, muy extendido en procesos de coaching, sólo tienen que acceder a internet y poner este título para encontrar muchos modelos con los que poder hacerlo. Lo interesante es que descubran, de manera rápida y visual, cómo está rodando su vida y dónde deberían poner especial acento para mejorarla.

Y cuando descubran dónde quieren poner sus esfuerzos para lograr mejorar un área concreta, no dejen de buscar cuál es su “palanca” para moverse en la dirección correcta. Cuando Arquímedes dijo “dadme una palanca y moveré el mundo” quería dejar bien claro que nada es imposible de alcanzar, incluso mover el mundo, si somos capaces de encontrar un punto en el que apoyarnos para hacer palanca y multiplicar los resultados de nuestro esfuerzo.

Esa es la clave para el cambio: encontrar nuestra “palanca”, encontrar nuestro punto de apoyo para iniciar el movimiento que nos llevará al cambio que deseamos. Y, cuando analizamos en que nos apoyamos para motivarnos al cambio descubrimos que son nuestros valores y nuestras creencias los que nos sirven de apoyo o de limitación. Es decir, aquello a lo que realmente le damos valor en la vida y nuestras creencias sobre la vida y nosotros mismos son lo que nos hace de palanca para lograr movernos en la dirección que deseamos o se convierten en nuestros grandes frenos que nos lo impiden.

Así, amig@s, llegamos a la conclusión de que es difícil, como apuntaba al principio dar consejos a los demás sin entrar en profundidades de cuáles son los valores y creencias de los demás, porque eso no se descubre en una conversación de café. Y, sin saberlo, ningún consejo va  ser tenido en cuenta ni aprovechado, porque tropezará con la barrera de sus propias creencias y valores.

Empecemos, si queremos cambiar, por lo primero. Que, como siempre digo, es conocernos a nosotros mismos. Que también lo decía ya Sócrates. Lo demás, irá mostrándosenos por el camino.

Con gratitud